miércoles, 28 de mayo de 2014

Opinón personal (14): El nuevo Skylab: el Tranvía de Bilbao.

Hace unos cuarenta años Estados Unidos lanzó al espacio un conato de estación-laboratorio, el Skylab. En su corta vida –unos seis años- fue centro y base de diversos experimentos y sirvió como territorio de pruebas para aprender sobre las reacciones de los seres humanos en un ambiente tan hostil y lejano como el del Espacio hasta que, en 1979, finalizada su utilidad, cayó sobre la tierra.
 Hubo muchas especulaciones en su momento sobre cuál sería el lugar que recibiría tan impactante obsequio; finalmente fue Australia la afortunada aunque no debió considerar tan bonito el regalo ya que multó a la NASA con cuatrocientos dólares por arrojar basura en territorio público.
Hace unos tres años,  Julie Delpyactriz  solo aceptable pero directora muy inteligente,
utilizó la noticia de la posible caída del Skylab  como nexo para ofrecernos una visión detallada y divertida de una familia francesa que pasaba sus vacaciones reuniendo a todos sus miembros; de esta  sencilla manera conseguía  mostrarnos, como si de un experimento social se tratase, los entresijos de sus relaciones, logrando realizar una acertada fotografía de la sociedad del momento (1979).

https://www.youtube.com/watch?v=UTGJqtjK124

Aprovecho la metáfora causal de la Delpy y, forzando un poco la analogía -pido disculpas de antemano-, reconvierto el Sky-lab en el tranvía de Bilbao.  
Hace un par de semanas, un joven colega del taller de escritura, Julen, nos divertía a todos contando su imposibilidad de hilar dos líneas de lectura en el tranvía debido a las constantes interferencias de conversaciones y griteríos.
 Su peripecia me recordó otras muchas que he tenido el disgusto de soportar en el mismo medio de transporte y que -para mí, persona formal y "educadita"-  lo convertían  en una especie de improvisado skylab terrestre dentro del cuál era posible observar, si uno se fijaba, todo tipo de comportamientos.  
Solo quisiera narrar aquí algunos casos -tanto por no aburrir como para no caer en sátiras excesivamente sesgadas-, aunque tengo que reconocer que gracias a ellos pienso que se podría realmente considerar al tranvía de Bilbao un nuevo laboratorio de observación social: una plataforma privilegiada en la que tendremos que subir no ya con un libro para entretenernos sino con un block para tomar notas y referencias de los nuevos comportamientos que se observan en el ámbito público.

: Algo ha cambiado, ciertamente, cuando el viejo axioma de “dejen salir antes de entrarya no lo respeta casi nadie. Son muchas las ocasiones en que cada vez que intento salir del tranvía me veo empujado hacia adentro por una especie de marabunta que se tira sobre mí como si fuese poco menos que Brad Pitt; como –por desgracia- mis encantos no están para nada a la altura de los del admirado galán americano, tengo que deducir que debe haber algo que no alcanzo a ver (aunque intuyo que tiene mucho que ver con el mi-me-conmigo) que hace que el personal se abalance inmisericorde sobre todo aquel que intenta salir, importándole un bledo si empuja, pisa o molesta a los demás viajeros.
: El otro día, a pesar de estar absorto en la lectura de la prensa, no pude dejar de 
 oír un ruidito reiterado e incómodo. Cuando levanté los ojos vi que una dama estaba tranquilamente cortándose las uñas con una cara de satisfacción que hacía imposible insinuarle que tal concentrada actividad podría encontrar un foro mucho más adecuado en la intimidad de su casa o en algún otro lugar que dejase a los demás indemnes.
A pesar de que alguna de sus uñas estuvo a punto de caerme encima, controlé mi desagrado y me limité a enfrascarme en la lectura del periódico y sus penosas noticias sobre el peliagudo estado de la nación, por evitar entrar en una incomoda corrección (o altercado que nunca se sabe con la facilidad de darse por ofendido que tiene hoy todo el que ofende).
: No una vez si no varias he podido observar cómo muchos niños consideran las barras del tranvía como si fuesen elementos de un parque de atracciones. 
Se cuelgan y suben por todas partes haciendo constantes cabriolas y pulsos para conseguir una mirada de ¿aprobación? o, simplemente, la atención de su madre o de su padre. 
Estos –generalmente- observan con ojos desvariados y aburridos, pasando de reconvenir o advertir al aprendiz de mono que no es el sitio ni el momento. 
Yo tampoco lo hago. Soy -ya lo he dicho antes- un  “educadito” y no quiero asumir responsabilidades que no son mías ni quiero “traumar” a nadie con reconvenciones que a mí no me corresponden pero, sinceramente, no puedo por menos que regocijarme ante la idea de que el tranvía frene en seco y los dichosos e incontrolados niños-monos salgan disparados como si fuesen unos hombres-bala estampanándose contra el techo o cualquier otro sitio y dejando un reguero de sesos por el lugar de tal manera que se consiguiese de este modo restablecer la tranquilidad perdida. 
Claro que mi fantasía no se materializa. 
Llego a mi destino, me abro paso como puedo ante los nuevos viajeros para poder salir y los micos continúa ahí saltando felices e intrusivos.

¿Qué tienen en común estos tres casos? 
Para llegar a una conclusión vamos a aplicar la prueba del algodón”, pero esta vez no la del cacareado Mr. Proper si no la de Mr. Kant. Este increíble filósofo proponía muchas cosas pero, entre ellas, una ha llegado a ser para muchos  pauta clave de comportamiento: “obra de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal”.
¿Se imaginan ustedes los colapsos que se formarían si todos optásemos por no dejar salir a los que quieren hacerlo de cualquier lugar? 
¿Se imaginan ustedes lo poco agradable que sería verse bañado por una densa lluvia de uñas recién cortadas o por los "productos" de cualquier otra actividad higiénica realizada en candorosa socialización?
 ¿Y un tranvía convertido en selva en donde todos gritásemos como Tarzán y nos colgásemos como enloquecidas Chitas? 
En fin, no parece un escenario seductor y me lleva a la conclusión de que lo que tienen en común todas las situaciones descritas anteriormente –y otras muchas similares- es que se invisibiliza al otro. Yo me concedo todo lo que me interese concederme y al otro que le zurzan. Y si se molesta que se joda.  Perdida como caduca o irrelevante la noción de respeto parece que cada uno va a lo suyo olvidando lo importante que resulta mantener un terreno común neutral y apto para todos
Pero claro ya no está de moda la educación y el respeto suena, como mínimo a algo prehistórico o alguna castración represora. 
No me gustan las jeremiadas….pero tendremos que repensar cuáles son las nuevas pautas de relación si no queremos entrar en una extraña guerra de costumbres. Mientras tanto ¿paciencia?  Seguramente, aunque, yo seguiré aliviándome con mi particular “gore” imaginativo, intentando, con todo y a pesar de todo, adaptar mi comportamiento hacia una cierta universalidad. 
Que lo que yo haga pueda ser válido si todos lo aplicasen.
 Lo que piense………….ya sería motivo de otro artículo.
Todas las imágenes y/o vídeos que se muestran  corresponden al artista o artistas referenciados.
Su exposición en este blog pretende ser un homenaje y una contribución a la difusión de obras dignas de reconocimiento cultural, sin ninguna merma a los derechos que correspondan a sus legítimos propietarios.
En ningún caso hay en este blog interés económico directo ni indirecto.
Texto:  Javier Nebot
Curiosamente, el propio tranvía promovió -varios meses después de escribir este artículo- una campaña de respeto de y entre los usuarios cuyo lema era, más o menos, no hagas el mico, lo cual me confirma que tan descaminado no estaba en mis apreciaciones!!!
(Artículo revisado a 14-01-19)

No hay comentarios:

Publicar un comentario