lunes, 7 de mayo de 2018

Micro-desahogos (5): Incomunicación.

Cuentan que el sagaz Talleyrand afirmaba que el lenguaje fue inventado para ocultar lo que realmente se piensa. Probablemente tenía razón sobrada ya que la experiencia demuestra que, en demasiadas ocasiones, la disparidad existente entre el lenguaje y los hechos es, realmente, extraordinaria. 
Y no me refiero con ello a los clásicos habituales: el casi siempre falso lenguaje político (que pretende forzar realidades o vender simple humo en nombre de las grandes palabras) o los ya reiterativos desafueros informativos de muchos medios mal llamados de comunicación (por lo que tienen de tendenciosos, manipulativos y por lo simple de muchos de sus planteamientos demasiadas veces maniqueos) y, por descontado,  tampoco me refiero a la impunidad de las redes sociales (en donde la barra libre para las fake news y para las opiniones displicentes o directamente insultantes es omnímoda). No.
Observo con cierto (bastante) desaliento que tal desincronía se ha instalado - y parece que con ganas de permanecer- en la comunicación de muchas relaciones personales y sociales, tiñéndolas en unas ocasiones de acritud fundamentalista (todo es blanco o negro, o un triste conmigo o contra mí), y en otras de una ambigüedad más bien untosa y resbaladiza (acomodando lo que sea al particular interés de cada uno, como si no hubiese nunca ningún criterio válido de objetividad).
Sinceramente -y a pesar de mi natural descreimiento- confío en que no todo intento de comunicación se base en mentiras o manipulaciones, ya sean intencionadas o no (aunque ésta sea una estrategia de supervivencia más que evidente en muchos casos).
Quiero pensar que la mayoría de las personas intentan, en general, ser claras y limpias en su trato con los demás (especialmente si hay una cercanía emocional), pero encuentro, sinceramente, que algo enfermizo debe darse en el "clima" social que hemos creado entre todos cuando, debido a bombardeos ideológicos sin fin y a consignas reiteradas y persistentes, se consigue nublar el discurso de muchos hasta el extremo de llegar a considerar como verdad absoluta aquello que, bien mirado, es solamente una opinión o, lo que me parece más grave, se habla y se actúa claramente a sabiendas  de que se están promoviendo falsedades (o, siendo generoso, inexactitudes) por un interés sectario concreto y lejos, desde luego, de cualquier criterio de equidad o justicia.
Y eso sí se nota que cala, que hace mella, que lastra, las posibilidades de una comunicación abierta entre muchas personas, con el lógico deterioro de las relaciones que se mantienen.
Es verdad que estamos ya lejos -para bien o para mal- de aquellas verdades sólidas de antaño; ahora muchos -demasiados- prefieren regodearse en el bluff de la permanente liquidez, adaptando principios (sic) y realidades a la "tinaja" que más sea de su agrado e insistiendo machaconamente (con profesionalidad realmente publicitaria) en la legitimidad de su "verdad", sea ésta evidente o no.
 Ahora bien, hay que constatar también que, una vez llegados a ese punto (el de ver las cosas con la forma de una determinada "tinaja" que se nos quiere vender a toda costa como la única posible), las partes interesadas intentan evitar y eliminar -sin reparos ni pudores- cualquier discrepancia al respecto. 
Es igual que los "reparos" sean pensados y argumentados. No se atiende, en el fragor de las creencias, a razones.
Con una intolerancia propia de tiempos que creíamos ya pasados y olvidados, surgen los nuevos inquisidores. Todo el que no opine lo mismo es, indefectiblemente, un "fascista" (¡que aburrimiento!).
Eso, que suena aparentemente "cómodo" (para algunos) y "adaptativo" (para demasiados), plantea obvios problemas en la comunicación cotidiana porque acaba introduciendo en la misma una especie de lavado de cerebro generalizado que ocasiona tantas dificultades, desajustes  y lastres -¡de muy difícil resolución!- como antaño ocasionaba la rigidez ideológica de turno.
Hoy, en pleno siglo XXI y alardeando de "libertad de expresión", resulta difícil (mucho) disentir del discurso predominante porque las ansias de lapidación o linchamiento (a dios gracias "virtual" en la mayoría de las ocasiones aunque no en todas) están tan vigentes como lo estaban en la denostada y "oscura" (de nuevo sic) Edad Media.
Comprendo -y de hecho comparto- el deseo de absoluta franqueza que reclamaba Foucault para las relaciones en alguno de sus textos pero, visto lo que se ve y oído lo que se oye, creo que hoy en día es mejor hablar del "tiempo", o de un cortés "¿como están ustedes?" (sin profundizar, claro) o de cualquier otra trivialidad que enfrentarse a una discusión segura porque solicitar argumentos en según que asuntos (ya sean éstos políticos, religiosos, sociales o"jurídicos") para ver que hay detrás de las consignas y adoctrinamientos de turno, resulta excesivamente arduo, cansino y, generalmente -la experiencia lo demuestra- bastante estéril (sobretodo porque en muchas ocasiones se encuentra uno con que no hay nada detrás: se asume el discurso predominante de una manera enteramente emocional y se descarta cualquier razonamiento, no vaya a ser que de él surjan fisuras inasumibles).
Debatir hoy de "política", algo que debería ser habitual en la ciudadanía, se convierte en una experiencia  desagradable. Es igual que los interlocutores sean amigos o que sean desconocidos, que la conversación se lleve a cabo en una "cafetería" o en un "bar": Casi con absoluta certeza uno acabará con un profundo ardor de hiato o con una ingrata úlcera de estómago porque la discrepancias se consideran directamente anatemas y, en el fragor de las discusiones, se ve como enemigo a todo aquel que no piense exactamente igual y, al enemigo , ya se sabe, no debe dársele "ni agua".
No estar de acuerdo con los cada vez más habituales linchamientos mediáticos y "populares", de esos que se producen tanto en nuestro país como fuera de él  puede significar verse abocado al ostracismo social más riguroso o que lo etiqueten a uno como un apestado reaccionario y retrógrado  (¡como si el progreso fuese unívoco y siempre escrito por los mismos berreantes!).
Yo, que NO creo en nada ni a nadie sin pruebas fehacientes y argumentos corroborados lo tengo siempre muy difícil para no verme arrastrado por la vorágine de los corifeos de turno que tanto éxito tienen en algunos de mis círculos sociales.
Intentar cuestionar planteamientos religiosos o querer ahondar en las problemáticas que surgen en la vivencia de la fe -propia o ajena., en un afán serio de acrisolar creencias o de profundizar y contrastar temas importantes para vivir mejor hoy la religión (o la espiritualidad) .... se considera poco menos que violar un tabú: una grosería intolerable o una ofensa similar a la de mentar a la madre (¡que rápido se ofenden muchos en estos tiempos puritanos, haciendo gala demasiadas veces de una susceptibilidad  que tiene bastante de histérica!).
Parece ser que la prudencia indica en estos tiempos que es mejor tener la boca cerrada y poner cara de emoticón complaciente. Bien decían antaño nuestras madres, en su sabiduría coloquial, que "se estaba más mono con la boca cerrada". Así, probablemente, peligraba menos la reputación y la integridad mental (o física). Una pena, claro.
El problema que veo a cerrar la boca en muchas ocasiones -cosa que reconozco que a veces es rigurosamente conveniente- es que eso te obliga en contrapartida a escuchar por parte de los incontinentes tantas memeces que uno podría morirse de verdadera sobredosis (no les quepa duda que los que  se permiten escupir consignas y juicios sumarísimos a lo más mínima, abruman).
Y claro...el martirio no está en mis planes más inmediatos.
Quiero pensar -idealista que es uno- que alguna manera habrá de dialogar y comunicar sin que se ofenda el personal, que existirán personas con un genuino y verdadero interés por compartir y buscar puntos de encuentro y coincidencia a pesar de las dificultades; personas que quieran escuchar legítima y realmente al otro y que consigan aprender de ello (aunque disientan si es necesario, evidentemente); quiero pensar que alguna forma habrá de transmitir la propia verdad sin que nadie se sienta agredido o insultado por ella......
Cuando la descubra, no duden que se la comunicaré.
Mientras tanto seguiremos buscando (e intentándolo).
Texto:

No hay comentarios:

Publicar un comentario